Mi corazón rebosa de gratitud hacia ti, Padre celestial, por tu constante provisión y por envolverme en tu gracia y misericordia. Tu amor infinito es el faro que ilumina mi camino.
Séptimo aniversario de mi primera Eucaristía.
La felicidad de ser sacerdote radica en el
amor a Dios y al prójimo, en la oportunidad
de acompañar a las personas en su camino
de fe, y en la alegría de ser instrumento
de la gracia divina en el mundo.
El llamado de Dios no es solo para unos pocos elegidos, sino para todos aquellos que están dispuestos a escuchar y seguir su voz, sin importar su edad, género o circunstancias.
Aunque tropecemos en el camino, Dios nos ama incondicionalmente; su amor no se desvanece ni se debilita, siempre nos sostiene con ternura y nos impulsa a levantarnos.