A los 28, en plena pandemia del 2020, me di cuenta de que llevaba una década estancada. Vivía en Barcelona, compartiendo piso por necesidad, en un trabajo sin futuro claro y sin pareja. Sentía que mi vida no avanzaba, y eso me agobiaba.
Las perspectivas en la ciudad no eran alentadoras. En el trabajo, apenas había oportunidades de crecimiento, y el ambiente social era superficial.
¿Dónde quedaban mis sueños de éxito que tanto veía en las películas americanas de chica joven y exitosa en la capital?
Empecé a fantasear con volver a mi pueblo, Benitagla, un lugar pequeño en Almería. Prefería estar estancada rodeada de naturaleza que rodeada de ruido y contaminación.
Así que decidí dar el salto y volví a Andalucía, aunque no me fui directamente al campo (quizás por mi ego).
Dejé mi trabajo y probé suerte emprendiendo, pero fracasé. Volví al trabajo por cuenta ajena, esta vez en remoto. Junto a mi pareja, nos instalamos en el mundo rural, pasando de Benitagla a mi actual pueblo, Abrucena, donde nos hemos comprado una casa.
La moraleja no es que en los pueblos se alcanzan los sueños y en las ciudades no. Se trata de tener la libertad de elegir. Muchos se ven atrapados por la falta de recursos. Yo, ahora, en un pueblo de la España Vaciada, me siento más feliz, más completa.