9 de noviembre.
Sexto y último ciclo de quimioterapia. Recuerdo que entré a la sala llorando. Sentí un miedo horrible. No quería desprenderme del tratamiento que había conseguido estabilizar la enfermedad. Ahora me tocaba volar sola, y eso me aterraba.
9 de noviembre.
Recuerdo a una señora sentada a mi lado que me dijo: "Ay, hija, que pena que se te vaya a caer esa preciosa melena". A lo que yo contesté: "Señora, es una peluca...".
22 de noviembre.
Una semana de espera hasta recibir los resultados del TAC de fin de tratamiento. Mientras, Urko y yo seguimos disfrutando de los atardeceres.
27 de noviembre.
Los resultados del TAC no son buenos. Me hundo. Dentro de mí siento el dolor más grande que jamás había sentido. El miedo se apodera de cada centímetro de mi cuerpo. Me dan tres ataques de ansiedad en un mismo día. No paro de llorar.
29 de noviembre.
A pesar de todo, decidimos seguir adelante con lo que llevábamos semanas preparando: la adopción de Niebla. Ella es quién me devuelve las ganas de seguir y me da las fuerzas para afrontar el nuevo tratamiento.
8 de diciembre.
Camino de Barcelona para recibir el que sería el primer ciclo del nuevo tratamiento. Después de días hundida recupero las ganas de luchar y me agarro a ese "plan B" con todas mis fuerzas.
He conocido lo que es el miedo y el dolor; en mí y en las personas de mi alrededor. He visto cómo mi vida se derrumbaba delante de mis ojos, y he conseguido levantarme, seguir adelante y luchar. Sobre todo luchar.
Luchar acompañada del amor más verdadero y desinteresado del mundo. Luchar acompañada de mi familia, amigos y amigas.
He vivido cosas que jamás pensé que llegaría a vivir, pero que me han hecho ser la mujer que soy hoy en día y sentirme tremendamente orgullosa de mí.
Soy fuerte. Nunca pensé que lo diría, pero lo soy. Echo la vista atrás y, joder, me sorprendo a mí misma de que, con todo lo que me pasado, siga sonriendo.
Siga bailando.
Siga viviendo.
Porque si algo me ha enseñado este 2020 es precisamente a eso: a vivir.